Los tranvías de la zona
oeste son más que un vetusto recuerdo.
Las viejas bicicletas
sobre el asfalto de media tarde y las calles oliendo levadura.
El año sesenta del siglo
veinte comienza a morir de a poco.
El viejo Harina Cernida
existió en alguna parte del sur.
Mientras las viejas
mujeres que amamos tocaban la traversa guitarra.
Seguramente por unos
pesos en alguna trilla del viejo Licanten.
La calle cercana a la
estación central tu escuela con olor a suela
de correas.
Las marroquineras con
polleras decimononas al final de la
tarde.
Los tiempos de un buey
hecho hombre.
Relojes de un hombre
hecho agente de policía.
Un policía hecho profesor
de inglés para inclinarse ante William Shakespeare.
La sucesión del hambre
con los zapatos de alitas quebradas.
Nos hicimos pasajeros con
las mismas muertes.
Yo en gracia y tú en
ingratitud activa.
Encontré los recipiente
de tu tinta china.
Pequeños frasquitos donde
venía tu refinada ortografía.
El longino rumbo al sur
era un tren de época rota.
Mismos caminos en cantos
que vieron parajes horizontales.
Hiel de tu inconsciente
auxiliar mirando las vasijas del hambre.
Los años de traiciones y
desprecios escupidas en las caras.
-¿Qué habría pasado si
hubiese llamado debajo de la muerte?
Como gritaron los tres
desde la bota del hambre y se les dio
cobijo.
Percudida bolsa del pan.
-¿Tres panes y el bonete
de profesor exprés?-
Cantando no muero con un
colt disparado en el patio.
Nada es miedo en adquiridas eternidades.
Nunca dejará la mona aun que luzca de seda.
Quien nace huérfano,
huérfano queda.
lunes, 13 de julio de 2015
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