Todo el orbe era un desajuste a sonar campanas en tierra.
En la piedra sonó la música.
Entró un ángel al bar de mala muerte
pidiendo leche.
Su oficio: repartir alegrías,
apartar las tristezas.
Vino el Rok con todas sus guitarras,
Enseñando que se baila no al mover el cuerpo
sino cuando se mueve el alma.
Entre el susto y los clamores infundió calma.
Aun bajo las lluvias solía bailas toda la noche.
Su último tema lo antecedió un discurso.
Ni poema, ni murmullo,
se dirigió a todos:
“Puedo perdonar miedos y desmanes,
que no sepan ver en la oscuridad o leer en las estrellas;
pero jamás perdonaré que no sepan volar”
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